La vocación es gracia que Dios concede, según el designio de su providencia, por ello que la formación de nuestras hermanas deben tender a la integración de la llamada de Dios en la vida de servicio a los demás.
La formación debe abarcar a toda la persona en el orden físico, intelectual, moral, espiritual, y carismático; debe ser gradual y continuar para toda su vida. (cf. CIC c. 660)