SANTOS DE DEVOCIÓN
SANTA TERESA DE ÁVILA

Nada te turbe,
Nada te espante,
Todo se pasa,
Dios no se muda,
La paciencia
Todo lo alcanza;
Quien a Dios tiene
Nada le falta:
Sólo Dios basta.
Eleva el pensamiento,
al cielo sube,
por nada te acongojes,
Nada te turbe.
A Jesucristo sigue
con pecho grande,
y, venga lo que venga,
Nada te espante.
¿Ves la gloria del mundo?
Es gloria vana;
nada tiene de estable,
Todo se pasa.
Aspira a lo celeste,
que siempre dura;
fiel y rico en promesas,
Dios no se muda.
Ámala cual merece
Bondad inmensa;
pero no hay amor fino
Sin la paciencia.
Confianza y fe viva
mantenga el alma,
que quien cree y espera
Todo lo alcanza.
Del infierno acosado
aunque se viere,
burlará sus furores
Quien a Dios tiene.
Vénganle desamparos,
cruces, desgracias;
siendo Dios su tesoro,
Nada le falta.
Id, pues, bienes del mundo;
id, dichas vanas,
aunque todo lo pierda,
Sólo Dios basta.
Teresa era la tercera de los diez hijos que tuvo su padre con su segunda esposa, y reveló desde pequeña un marcado interés por los asuntos religiosos, mostrando siempre una tendencia por vivir los peligros de un predicador en tierra de moros. A pesar de que por su corta edad no pudo llevar estas ideas a término, las mismas dan un indicio del ánimo religioso de Teresa. Con el tiempo, sus hermanos se fueron a América, y ella se quedó estudiando interna en un convento de monjas agustinas, que abandonó al cabo de un año por problemas de salud. En la adolescencia fue creciendo en ella el deseo de hacer vida como monja, pero las actividades diarias de la vida doméstica, y su juventud, hicieron que esa decisión sólo se pudiera consumar años más tarde.
A los 21 años, y en contra de la opinión de su padre, ingresó en la Orden de las Carmelitas en el Convento de la Encarnación, en Ávila. Al principio, la vida del convento no le sentó bien. Probablemente el exceso de devoción le causó problemas psicológicos, que se manifestaban en forma de malestares físicos. Estas afecciones se fueron disipando con el tiempo. Incluso llegó a relajar tanto la disciplina inicial, que solamente la muerte de su padre le hizo reaccionar y volver a centrarse en la vida que había elegido. Los siguientes años fueron de trabajo más serio, destacables por la redacción de su propia vida, y por su trabajo de reforma de la Orden de las Carmelitas, que le llevó a fundar en Ávila el Convento de San José. También por aquellos años vivió la experiencia de éxtasis religioso que marcó una transformación profunda de su vida. Pero no sólo eso: fundó de hecho una orden eclesiástica nueva, llamada Orden de las Carmelitas Descalzas, acción que no estuvo exenta de revuelo dentro del clero. Se proponía la observancia estricta de votos de pobreza y ayuno. Pronto, la orden admitió hombres.
La nueva orden provocó reacciones diversas, tanto de favor como de rechazo, e incluso denuncias ante la Inquisición. Se denunció por el contenido del libro de su vida, así como por su comportamiento activo e independiente. Con todo, Teresa continuó su labor y continuó fundando más conventos de la orden. Teresa de Jesús también, para bien o para mal, había logrado ser un personaje muy reconocido en toda España. Mientras seguía fundando conventos, que llegaron a ser diecisiete (y uno adicional en Lisboa, Portugal), la salud de Teresa se iba deteriorando. Aún debió lidiar con el rechazo que sus actividades producían entre los antiguos miembros de su orden. Llevó una vida bastante activa, hasta que ocurrió su muerte, el 4 de octubre de 1582, mientras se hallaba en la localidad de Alba de Tormes. Fue sepultada en el convento local; tres años después se intentó trasladar sus restos a Ávila, pero la oposición de la orden carmelita lo impidió. El sepulcro cuenta con estrictas medidas de seguridad para evitar robos.
Teresa de Jesús ha sido uno de los personajes más influyentes del catolicismo, no sólo en España, a pesar de que en su tiempo vivió en controversia. En 1614 fue beatificada por Paulo V, y en 1622 Gregorio XV ordenó su santificación. Es una de las figuras centrales del santoral español, y fue nombrada doctora de la Iglesia en 1970 por Paulo VI.
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